martes, 31 de enero de 2017

El Círculo de Lectura en Teotihuacán - Actividad extra

**Reseña, muy personal, del viaje a Teotihuacán que hicimos como actividad extra al libro de Quetzacóatl.**


Dieron las siete y media de la mañana y el primer mensaje de Whatsapp no se hizo esperar: “Ya vámonos! Estamos arriba del camión!”. Desde luego era un reclamo disfrazado de chiste, pues el organizador del evento estaba a diez minutos del lugar después de encargar a sus hijos con los abuelos que, portándose como valientes guerreros, habían franqueado el espacio que hay entre Cuajimalpa y Metepec a horas en las que ni las gallinas ponen.

Al llegar comprendí que el relajo electrónico no sólo obedecía a la desmañanada, sino que también traía un fuerte componente de falta del primer alimento de la mañana. Algunos lo solucionaron recurriendo al asombrado tamalero de la esquina que por lo general no vende tanto en sábados.
Y fueron llegando todos. Y fueron así premiados con una pieza de pan dulce. Yo estaba sorprendido pues el camión arrancó a las 8:02, con los más rezagados aun acomodándose en los asientos. La puntualidad había sido insospechada, pero bien aceptada y aplaudida.

Cruzamos la Ciudad de México escuchado un concierto que la gente parecía disfrutar, ya fuera para ver, escuchar o dormir. Y como al que madruga Dios lo ayuda, saltamos tráficos y problemas para llegar puntuales a la cita con la Dra. Mayte Sánchez quien esperaba para guiarnos desde antes del estacionamiento.

La segunda sorpresa de puntualidad se dio cuando dos de los tres que venían por su cuenta llegaron a las diez en punto junto al camión. El otro se nos perdió en el camino y nunca más lo pudimos recuperar.
Listos para la acción y con ganas de aprender entramos por la puerta #1, la que da justo al templo de Quetzalcóatl. Ahí escuchamos atentos las primeras explicaciones de Mayte y con el entusiasmo del que se acaba de bajar del camión y quiere estirar las piernas, la gente se fue a buscar a la serpiente emplumada.

¡Oh Ari, aquí estás! ¿Fue aquí donde te consagraron en esa peregrinación Tolteca cuando te hicieron si rey? ¿Era esta plaza por la que empezaste a caminar hacia la pirámide del sol?

Subimos nuevamente al camión para ir a un lugar poco visitado: “Los frescos del El Patio Blanco”. Esta quizá fue la joya del viaje. Un lugar apartado del sitio principal de las pirámides y de la mal llamada “Calzada de los muertos”. Nos encontramos con una excavación lista para recibir a los visitantes que llegan ahí por alguna recomendación, pues en ningún lugar lo vimos publicitado. Aprovechando el espacio libre de gente, Mayte nos sentó en un patio donde se encontraba un diminuto altar en forma de pirámide y nos dio una larga explicación de cosmología prehispánica, de religión y algo sobre sus costumbres. Habló de altares y tumbas, del Mictlán y de los dioses.  Y luego nos condujo al “Patio Blanco”.
Nos sorprendimos de todo lo que vimos ahí. Los frescos bien conservados, la limpieza del lugar y que lo tuviéramos para nosotros nada más. Nos gustó la explicación de los mismos murales y de la técnica para rescatarlos.

Y así salimos con una sonrisa en los labios listos para encarar al más grande de los basamentos. La imponente Pirámide del sol siempre es un reto para el que viene por primera vez, una reconquista para el que lleva tiempo sin visitar y un bonito espectáculo desde abajo para los menos deportistas.
Compras, calor, sed y retraso. La gente comienza a cansarse un poco, pero podemos aguantar un poquito más. Y más aún cuando se reparte energía en forma de papas. Ya solo falta la pirámide de la luna y…

Y los patios interiores, con más frescos de papagayos, esculturas de jaguares, muros decorados con conchas de caracol y la realización de que ya no permiten el acceso al templo de las mariposas. La guía premia a los miembros de la tribu lectora con algunas palabras sobre Quetzalcóatl y con esto concluye con la primera razón de la visita.

Mayte se despide. Agradecidos le seguimos haciendo mil preguntas que ella amablemente responde. Agradece y le agradecemos. Y nos dispersamos a seguir viendo las ruinas que de cierta manera ahora también son piedras preciosas.

Es hora de irnos a buscar algo de comer y bajo la recomendación de la doctora buscamos la cabaña 24. Nos reciben y llenamos el lugar, desbordando por momentos la cocina, pues tienen capacidad, pero no para tantos al mismo tiempo. Pasan los minutos y algunos terminan, a otros no les han servido y otros se debaten si comprar o no unos helados absurdamente caros. Y es exactamente entre los comensales que esperan al final su comida donde se desata una de las más antiguas discusiones: ¿todas las quesadillas deberían llevar queso?

Los ecos de esta discusión aún se hacen llegar por medios electrónicos.
Pero todo llega a su fin y emprendimos el regreso. Algo cansados y un poco asoleados fuimos depositados frente a nuestro lugar de trabajo, con alegres recuerdos y el deseo de repetir la experiencia en un futuro no muy lejano. 

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